Estoy sentada en el sofá de la caravana casi obligada por una vocecita interna que lleva varios días advirtiéndome de que escriba. Porque hace tiempo que no lo hago y porque me conoce y sabe que me irá bien.
Pero no me deja tranquila. Porque al tiempo que escribo me lanza mensajes que suenan a orden y reproche: “Deberías estar avanzando faena, o deberías estar tumbada con tu pequeña, o deberías sentarte a leer la novela que te compraste, o deberías dormir, o deberías llamar a tus abuelos, o deberías ir a comprar, o deberías ver a tus amigas, o deberías estar presente en lo que haces en vez de escuchar esta vocecita”. Son los contrafactuales. Todo aquello que no ha sido o no está siendo pero podría haber sido o podría estar siendo. A mi mente le fascinan, y sé que no soy la única.
Tengo la sensación de que la ansiedad por hacer cosas se ha instalado en nuestros días, y más en vacaciones, con la excusa de querer hacer mil cosas para aprovechar cada segundo de ellos. Porque oye, todo un año trabajado, atado a los mismos horarios y las mismas obligaciones lo justifican y nos dan permiso. Y en esos 15 días laborables nos sentimos libres. Libres, sí, pero con prisas.
La cuestión es que hacer muchas cosas no es igual a vivir más. Yo pienso en los veranos en el pueblo donde hacíamos poco y vivíamos mucho. El abanico de opciones se reducía muchísimo: a cuarenta grados en Jaén y a las tres de la tarde no te quedaba más opción que echarte la siesta. Y echártela tranquilo, porque no tenías otra cosa que hacer. No habían contrafactuales. Sí había calma, tranquilidad y un sueño totalmente recuperado.
Puede parecer una tontería, pero puede llegar a presionarnos mucho. Este verano he visto cómo las sobremesas se han acortado, los paseos siempre han tenido un tiempo y destino concreto, hemos dividido el tiempo a cachitos y a cuadrículas para poder llegar a todo, arrastrando también a nuestras relaciones para que se adapten a ello. Y luego, ¿qué? Luego siempre hay algo que hacer, así que “no me puedo quedar, por muy a gusto que esté”. Y llegamos a Septiembre rígidos, agotados, con muchísimas fotos en el móvil pero el mismo libro de siempre sin leer.
Si hay algo que he integrado en mi vida desde que la petitona está en casa es el SLM, siglas que vienen a referirse “Sobre La Marcha”. Puede que esta carta que nos libera de la rigidez, nos permite improvisar y nos deja fluir la podemos jugar gracias a que tenemos un bebé, pero lo ideal sería poder naturalizarlo. ¿Hacer planes? Sí. Pero dejarnos ratitos en los que no, también.
En general, pero sobre todo los que trabajamos por cuenta propia, debemos aprender a bailar con los contrafactuales y a jugar nuestra carta “SLM” para poder sacarlo todo adelante sin dejarnos a nosotros atrás. Y eso pasa por organizarnos mucho, pero sobre todo pasa por estar presentes. Aquí y ahora. Y luego otro aquí y otro ahora. Menos “deberías…” y más “ahora estoy con…”.
Seguramente no será gracias a esto que tengamos más tiempo libre. O sí, lo probaremos. Lo que sí es seguro es que es la única forma de estar libres en el tiempo.
Y de vivir, también.
Estoy sentada en el sofá de la caravana casi obligada por una vocecita interna que lleva varios días advirtiéndome de que escriba. Porque hace tiempo que no lo hago y porque me conoce y sabe que me irá bien.
Pero no me deja tranquila. Porque al tiempo que escribo me lanza mensajes que suenan a orden y reproche: “Deberías estar avanzando faena, o deberías estar tumbada con tu pequeña, o deberías sentarte a leer la novela que te compraste, o deberías dormir, o deberías llamar a tus abuelos, o deberías ir a comprar, o deberías ver a tus amigas, o deberías estar presente en lo que haces en vez de escuchar esta vocecita”. Son los contrafactuales. Todo aquello que no ha sido o no está siendo pero podría haber sido o podría estar siendo. A mi mente le fascinan, y sé que no soy la única.
Tengo la sensación de que la ansiedad por hacer cosas se ha instalado en nuestros días, y más en vacaciones, con la excusa de querer hacer mil cosas para aprovechar cada segundo de ellos. Porque oye, todo un año trabajado, atado a los mismos horarios y las mismas obligaciones lo justifican y nos dan permiso. Y en esos 15 días laborables nos sentimos libres. Libres, sí, pero con prisas.
La cuestión es que hacer muchas cosas no es igual a vivir más. Yo pienso en los veranos en el pueblo donde hacíamos poco y vivíamos mucho. El abanico de opciones se reducía muchísimo: a cuarenta grados en Jaén y a las tres de la tarde no te quedaba más opción que echarte la siesta. Y echártela tranquilo, porque no tenías otra cosa que hacer. No habían contrafactuales. Sí había calma, tranquilidad y un sueño totalmente recuperado.
Puede parecer una tontería, pero puede llegar a presionarnos mucho. Este verano he visto cómo las sobremesas se han acortado, los paseos siempre han tenido un tiempo y destino concreto, hemos dividido el tiempo a cachitos y a cuadrículas para poder llegar a todo, arrastrando también a nuestras relaciones para que se adapten a ello. Y luego, ¿qué? Luego siempre hay algo que hacer, así que “no me puedo quedar, por muy a gusto que esté”. Y llegamos a Septiembre rígidos, agotados, con muchísimas fotos en el móvil pero el mismo libro de siempre sin leer.
Si hay algo que he integrado en mi vida desde que la petitona está en casa es el SLM, siglas que vienen a referirse “Sobre La Marcha”. Puede que esta carta que nos libera de la rigidez, nos permite improvisar y nos deja fluir la podemos jugar gracias a que tenemos un bebé, pero lo ideal sería poder naturalizarlo. ¿Hacer planes? Sí. Pero dejarnos ratitos en los que no, también.
En general, pero sobre todo los que trabajamos por cuenta propia, debemos aprender a bailar con los contrafactuales y a jugar nuestra carta “SLM” para poder sacarlo todo adelante sin dejarnos a nosotros atrás. Y eso pasa por organizarnos mucho, pero sobre todo pasa por estar presentes. Aquí y ahora. Y luego otro aquí y otro ahora. Menos “deberías…” y más “ahora estoy con…”.
Seguramente no será gracias a esto que tengamos más tiempo libre. O sí, lo probaremos. Lo que sí es seguro es que es la única forma de estar libres en el tiempo.
Y de vivir, también.